Convivimos a todas horas con ellas Entramos por ellas y salimos, Diferentes opciones y también posiciones. Para entrar se muestra agradable, vistosa. Para salir algo más anodina e indiferente. Las hay para dar en las narices, con el consiguiente enfado. Las hay sin retorno: Coge la puerta y vete, no vuelvas... También las que invitan a respirar: hay que abrir puertas y que circule el aire. Para enfatizar un enfado: Se marchó dando un portazo, (en estos casos siempre es buena la fortaleza de la madera). Hay puertas que se cierran por grandes periodos: La cárcel, la clausura, la prohibición... ¡Ansiosas de ser abiertas! Todo se dilucida de puertas adentro, negando la salida al exterior. Suele ser lugar de encuentro y despedida: desde el umbral de la puerta dijo adiós, donde antes fue bienvenido. Los hay que son tan amantes de las puertas, que se las quieren poner al campo. En un afán de optimismo, dejó las puertas abiertas. Algunas chirrían en sus goznes y algunas veces se salen de quicio, pero sin mayor trascendencia. Son tan cotidianas, que no nos damos cuenta, que tienen lenguaje propio. Por eso al salir cierra la puerta...
