Una hoja, perdido el verde, se ha adentrado en el zaguán, movida por un suave Céfiro. Intermitentes movimientos, como últimos aleteos de un ave hieren, el suelo, con los bordes resecos. Del árbol en la rama era parte. Sin miedo al abismo, pendía del peciolo, sujeta firme, moviendo su talle. Solo llorar puede cuando la lluvia cae, lágrimas verdes, por no poder volar. Hasta que con una brisa certera, inicia una danza, con el aire cogido a su talle, describiendo círculos y piruetas, en una lánguida ingravidez, eternizando la danza contra el tiempo, suave, como un rayo de luz, descendiendo ya en un vuelo sin retorno.
